Pandora Wilson 17 pañase, convertirían el viaje de negocios en unas vacaciones por toda Asia, sacaría tiempo de donde pudiera para hacer un poco de turismo. En respuesta, su hijo Will le había suplicado que lo cancelase, que dijese a sus superiores que enviaran a alguna otra persona, ¿por qué tenía que hacerlo ella? Siempre ella. Era imposible. Tenía que ser ella. Sus jefes se lo dejaron claro desde el principio. Los chinos y los japoneses así lo exigían. Siempre los negocios por encima de todo, mamá, siempre haces lo mismo. Siempre estás en reuniones, siempre al teléfono… Por eso ya no te quiere, ¿no? A veces los hijos pueden ser crueles. Pero su crueldad es una súplica, una petición de auxilio. Bienvenida de nuevo a Cantón, señora Wilson. El recepcionista era pequeño, un hombrecillo de edad indefinida, pelo negro como el alquitrán y unos ojos viejos que, a diferencia de sus labios, no sonreían. Le hemos preparado la misma habitación de sus últimas visitas. Gracias. Desde la habitación se veía la colorida Torre del Cantón, con sus seiscientos metros de altura, y el edificio de la Ópera, al otro lado del río. Por las noches era un espectáculo.
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