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17 Pero en el diccionario de mi madre no está la palabra rendirse. Eso a veces es fantástico, como cuando consigue planear las mejores vacaciones en el último momento o cuando saca adelante un proyecto imposible. Por desgracia tampoco estaba dispuesta a asumir que no podía dar una clase extra a la semana. Consultó la agenda de la nevera, dio unos golpecitos con el dedo en el horario y se encogió de hombros como si la solución fuera simple. —Buscaremos a alguien para los viernes. —Pero ¿cómo voy a estar encerrado en casa los viernes por la tarde? —protesté—. Después de toda la semana sin parar necesito descansar. —Los viernes —repitió mi madre con ese tono de voz que no admite réplicas, comentarios ni sugerencias—. Si no encontramos ningún profesor particular que esté libre a esa hora, ya te puedes ir olvidando del fútbol. Parpadeé varias veces. ¿Había escuchado bien? —¡Eso nunca! —Pues cruza los dedos para que encontremos a alguien que quiera pasar los viernes contigo —zanjó mi padre, que puso la olla de coliflor hervida sobre la mesa—. Y, ahora, ¡a comer!

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