24 Sacó de su mochila una pizarrita blanca y un estuche de marcianitos con rotuladores de colores. Empezó a hablar con tanta emoción en la voz que, desde fuera, cualquiera diría que estábamos charlando sobre fuegos artificiales. Cuando mis padres llamaron a la puerta pensé que iban a traer un vaso de agua u ofrecerle merienda. Sentía que estábamos empezando la clase. Pero mi madre se asomó con una sonrisa y dejó la puerta abierta. —Niko, no queremos abusar de tu tiempo. ¿Cómo ha ido la clase? —¿Ya ha terminado? —pregunté, confundido. Busqué el reloj de pared con la mirada. Marcaba las seis y cuarto. ¿Dónde se había esfumado el tiempo? A lo mejor el reloj se había adelantado. Niko limpió su pizarra de los garabatos con los que había ido dibujando los ejemplos. Tras guardarla, se levantó de un salto. —Creo que ha ido bien. Isaac tiene capacidad, lo que le faltaba era el enfoque adecuado. —Eso esperamos. Si suspende el trimestre, ya puede olvidarse del fútbol.
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