27 3 El estuche de marcianitos Durante la semana seguí pensando en Niko. Ni iba a mi instituto ni vivía cerca: me habría fijado en una chica tan estrafalaria como ella. Quería descubrir de dónde había salido, cómo había aprendido tanto de física, biología y ciencias en general, pero Niko era un misterio. ¡Ni siquiera sabía su nombre completo! Cuando llegó la tarde del viernes adecenté mi cuarto antes de que me lo pidieran. Puse la ropa sucia en la cesta del baño, hice la cama y despejé el escritorio. Mi padre estaba tan sorprendido como encantado. Niko, sin embargo, ni siquiera se fijó en el cambio. Llevaba unos pantalones cortos de color naranja y medias con telarañas rojas. —¿Con qué nos ponemos hoy? —preguntó, sentándose sobre la silla con las piernas cruzadas. Ni siquiera había dedicado una mirada al cuarto que me había pasado horas ordenando.
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