29 que pasaba conmigo se convertía en quince minutos. Incluso se me olvidaba hacerle todas esas preguntas sobre ella que había acumulado durante la semana. De todas formas, Niko nunca hablaba de sí misma. Mis padres podían estar bien contentos porque en la hora de clase no hablábamos de otra cosa que no fuera de física y, al acabar, recogía a toda prisa. —¿Tienes otra clase particular después? —le pregunté a la tercera clase. —No. Tengo que hacer cosas —respondió metiendo la pizarrita en la mochila. —Puedes quedarte a merendar una tarde —le propuse—. Seguro que a mis padres les encantaría. Tengo videojuegos. Ella me lanzó una sonrisa. —Eso sería poco profesional. Lo dijo con tono serio y mirada divertida. Podría ser una broma. A lo mejor no le gustaban los videojuegos. ¡O se le daban fatal y le daba vergüenza reconocerlo! Seguro que era eso. Quería preguntarle a qué colegio iba o qué amigos tenía. Pero ella, como siempre, salió disparada
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