32 Al final de la calle había una torre. No era una torre medieval, tampoco un rascacielos; parecía un edificio hecho con piezas de lego gigantes por un niño que no tenía ni idea de construir. Cada planta era distinta de la anterior: diferentes colores, materiales y tamaños. Por ejemplo, había una planta de cristal del tamaño de un estadio de fútbol sobre lo que parecía una casita de madera, y esta estaba situada sobre un bloque de aluminio del tamaño de una casa, pero sin una sola puerta o ventana. La torre se mantenía en un equilibrio imposible. Estaba seguro de que con un solo roce todo se vendría abajo. Niko no parecía en absoluto sorprendida. Al contrario, caminaba con la tranquilidad con la que yo puedo moverme por el pasillo de mi casa. Se detuvo delante de la primera planta y alzó la mano. Me alucinó el gesto. No parecía sacar las llaves ni estar pulsando ningún botón. Debía de tratarse de algún tipo de telefonillo, porque una puerta que no estaba allí un momento antes se abrió y Niko entró con toda la normalidad del mundo, dejando que la puerta se cerrase tras ella. La abertura desapareció tan pronto como la chica entró en
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