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13 nuestra delegada, parecía encantada con la asignatura. Es una chica con el pelo rubio, gafas de pasta y voz suave. Alguna vez, por pena, había intentado explicarme los ejercicios, pero para mí seguía siendo un idioma desconocido. El caso es que esa tarde sabía que cada paso que daba camino a casa era un paso más cercano a mi final. No el final de mi existencia, ni siquiera yo soy tan dramático, pero sí el final de tener las tardes libres, de los entrenamientos de los martes y jueves, y de los partidos de los sábados. A veces parece que las cosas no pueden ir peor, y aun así el destino logra sorprenderte. Eso pasó al abrir la puerta de casa. Sentía que la mochila donde llevaba la nota del examen me pesaba tres toneladas. Llegué a la puerta arrastrando los pies. Antes de pensar en cómo empezar la conversación, un aroma fétido, repelente y nauseabundo me golpeó con tanta fuerza que casi me echa de allí. —¿Coliflor? ¿Otra vez? —protesté sin atreverme a entrar al pasillo. —Espero que tengas hambre —saludó mi padre con voz alegre—. ¡Los abuelos nos han mandado verdura para un regimiento!

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