Sábado, 25 de mayo Estaba un día jugando con mis amigos cuando, de repente, una mujer de pelo blanco, montada en una bicicleta que arrastraba un carrito, entró en la Plaza Mayor y todo el mundo la miró con mucha curiosidad. Pedaleaba con esfuerzo subida a su vieja bicicleta, sobrecargada de paquetes, bolsas, alforjas y cajas que debían de pesar una barbaridad. Había bultos por toda la carretilla. Se detuvo junto a la fuente, casi a mi lado, y echó una ojeada al pueblo. Todas las casas de Castañares, salvo la de don Genaro, eran muy humildes y bastante pobres. Pensé que nuestra aldea no le iba a gustar y se marcharía. De repente, me miró y me hizo una pregunta: —¿Cómo te llamas? —Magdalena Jiménez —le respondí—. ¿Y usted? —Paloma —contestó—. ¿Conoces algún sitio donde pueda hospedarme? —Ahí, en los soportales, hay un hostal. Es el único del pueblo. Tiene un patio donde podrá guardar su bicicleta. —Muchas gracias, Magdalena. Espero que quieran alojarme. —¿Se va a quedar en el pueblo? —Ya veremos, ya veremos. Tutéame y dime una cosa, ¿vas al colegio? —Claro, tengo once años y estudiaré hasta los catorce. —Entonces, ¿sabes leer? —Leo bastante bien. 164
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