13 Gustavo asimiló la información lentamente y tardó unos instantes en reaccionar. Sus padres hablaban de Miguelín. No se habían fijado en él, ni en su desazón, ni en su cara de miedo. Probablemente no le habían mirado desde el día en que nació. Le ignoraban. Si Gustavo hubiera sido Cándida, habría odiado a Miguelín por haberle robado la atención de sus padres y la condición de ser EL NIÑO. Al nacer Miguelín, Gustavo perdió esta categoría. Ya no era nada, ni el pequeño, ni el mayor, ni el niño. Aun así, Gustavo no era rencoroso y el pequeño Miguelín y su situación injusta le despertaron una brizna de ternura. Miguelín era una víctima, como él. Miguelín sufría la incomprensión de los adultos, como él. Miguelín no quería crecer, como él. Lo entendía. ¡¡Entendía a Miguelín!! De un salto se coló dentro del parque y abrazó a su hermanito baboso. Lo estrechó entre sus brazos y sintió el latido de su pequeño corazón, tictac, tictac, como un reloj acelerado. Miguelín, emocionado por la proximidad de su hermano, calló y se quedó inmóvil. Y Gustavo, ahora sí, vació sus penas y se confesó sin tapujos.
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