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21 Y quizás habrían continuado comunicándose en su argot si no hubiera sido por Jorge Molina, que venía resoplando desde la otra acera para atraparlo. —¡¡¡Ey, Gus, tío!!! ¡Mira lo que traigo! —los interrumpió. Gustavo, buen amigo de sus amigos, lo saludó como es debido. Chocaron los puños con la complicidad de quienes han intercambiado bocatas, broncas y collejas a lo largo de toda la Primaria. Jorge, más regordete, pero tan enano como Gustavo, le guiñó el ojo y entreabrió su mochila. Se veía a la legua que se trataba de un secreto muy particular. Era un secreto de vacaciones. Gustavo atisbó una bolita blanca y peluda que se movía inquieta entre los bolígrafos, los dónuts y las carpetas. Berta también metió la nariz y sonrió. Lucía una sonrisa mágica. —¿Qué es? —¡Es un hámster! ¡Es mi mascota! Ha sido mi animal de vacaciones y hemos pasado un montón de aventuras juntos —se jactó Jorge. —¿Cómo se llama? —preguntó Gustavo para quedar bien y para que Jorge estuviera contento.

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