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9 Un horror. El último año, en la escuela, ya había sudado por friki y canijo. Había entendido que a los compañeros no les gustaban los niños como él que se pasan la vida detrás de las pantallas y los libros. Sufrió complejo de pringado, aunque el complejo era lo de menos, lo que le jorobaba eran los tortazos, los pisotones y las collejas. Según sus cálculos, si en el instituto había seiscientas cincuenta manos más grandes que la suya, la probabilidad de recibir sopapos sería proporcional. Algo así como seiscientas cincuenta guantadas por semana..., o por día..., o... Necesitaba que alguien le tranquilizara, que le dijera que se estaba obsesionando por una estupidez, pero se equivocó de puerta. Su hermana Cándida, un espécimen de chica de instituto de catorce años bien alimentada, déspota y agresiva, lo echó lanzándole un zapato a la cabeza. Solo uno. La otra mano la tenía ocupada enviándose mensajes con las amigas. —¡Fuera de aquí, nerd! Gustavo dio media vuelta y cerró la puerta. Tenía miedo y no sabía a quién explicárselo. Le daba vergüenza decirlo en voz alta y ser el hazmerreír

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