La clase de canto Más allá del Quinto Pino, el grillo Polvorotti abrió una escuela de canto. Cada día, a las diez de la mañana, hacía sonar la campana y los habitantes del bosque acudían puntuales a la cita. Todos querían aprender a entonar bien cuando cantaban. Don Polvorotti los recibía con vestido negro y pajarita, y les enseñaba a cantar de maravilla. –¡Do, re, mi! –trinaban los pájaros. –¡Fa , sol, laaaaa! –respondían las mariposas. Cantaban los conejos y también las mariquitas. Las libélulas tocaban las flautas, las ardillas hacían escalas y aplaudían las hormigas. Pero, cada día, Alfredo y Montse llegaban tarde, la lección se interrumpía y se acababa la alegría. Don Polvorotti siempre se enfadaba. Alfredo se disculpaba: –Perdón, perdón, maestro. Ya sabe que no es nuestra culpa. Somos lentos de nacimiento. Y es que a los galápagos Alfredo y Montse el camino desde su charca a la escuela se les hacía interminable. El mirlo Bisal propuso una mañana: –¡Que se queden en su charca y no vengan más! Montse se echó a llorar, Alfredo se escondió en su caparazón y se armó un gran revuelo en la clase. 8
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