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PRÁCTICA FINAL Gilgamesh y Enkidu Sup e r i or a to do s l o s re ye s , p o d e ro s o y má s a l to qu e ningún otro, violento, magnífico, un toro salvaje, caudi l l o i nv i cto , e l pr imero en l a b at a l l a , bi enamado d e sus soldados –baluarte lo llamaban , protector del pueblo, impetuoso aluv ión que destr uye todas l as defensas–, en dos t ercios div ino y en uno humano, hijo del rey Lugalbanda , que se convirtió en dios, y de la diosa Ninsun , abrió los pasos de l as mont añas , cav ó pozos en sus laderas, atravesó el vasto océano, navegó hacia el sol nacient e, v iajó hasta los confines del mundo en pos de la vida eterna , y cuando halló a Utnapishtim –el hombre que sobrev iv ió al Gran D i luv io y a quien se le concedió la inmortalidad–, restauró los ritos antiguos, olvidados, levantando de nuevo los templos que el Diluvio había destruido, renovando las imágenes y los sacramentos por el bien del pueblo y de la sagrada tierra . ¿Quién puede igualarse a Gilgamesh? ¿Qué otro rey ha inspi rado t al t emor ? ¿Q ui én más pu ed e d e c i r : «S o lo yo reino, supremo entre todos los hombres»? La diosa Aruru , madre de la creación , había modelado su cuerpo y lo había hecho el más fuerte de los hombres: enorme, hermoso, radiante, perfecto. L a ciudad e s su predio, pasea su ar roganci a por el l a , la frente altiva , pi sotea a sus habitantes como un toro salvaj e . E s el re y, aqu el lo qu e d e sea lo hac e , al padre a r re b a t a su h i j o p a ra a p l a st a r l o , a l a ma d re su h i j a para hacerla suya , a la hija del guerrero, a la novia del joven las hace también suyas, nadie osa enfrentársele. Pero el pueblo de Ur uk cl amó al ci elo y sus l amentos encontraron oídos, pues los dioses no son insensibles, sus c orazon e s se c onmov i eron , acudi eron ant e Anu , el padre de todos ellos, protector del reino de la sagrada Ur uk, y l e habl aron en nombre del pu eblo: «Padre cel esti al , Gi lgamesh , pese a ser nobl e y magnífico, ha sobrepasado todos los límit es. El pueblo sufre su tiranía , el pueblo clama que al padre arrebata su hijo para aplastarlo, a la madre su hija para hacerla suya , a la hija del guerrero, a la novia del joven las hace también suyas, nadie osa enfrentársele. Haz algo, padre, apresúrate antes de que el pueblo abrume al cielo con sus des- garradores sollozos». Los escuchó Anu y asintió; llamó entonces a la diosa , la madre de la creación : «Tú creaste a los hombres, Aruru . Ahora ve y crea un par de Gi lgamesh , su segundo ser, un hombre que iguale su fuerza y su valor, un hombre que iguale su tempestuoso corazón . Crea un nuevo héroe y que se contrarresten de forma perfecta , para que Uruk tenga paz». Cuando Ar ur u oy ó esto, cerró sus o jos y formó en su mente lo que Anu había ordenado. Humedeció sus manos, tomó en ellas barro, lo arrojó en el monte, lo amasó, lo modeló según su idea y dio forma a un hombre, un guerrero, un héroe: el valeroso Enkidu , tan poderoso y fiero como el dios de la guerra Ninurta . El vello recubría su cuerpo, crecía nutrido el pelo de su cabeza y le llegaba hasta la cintura , como lo hace el de una mujer. Vagó por el mont e, desnudo, l e jos de l as ciudades de los hombres, pastó con las gacelas y, cuando sintió sed , bebió límpida agua de las charcas arrodi l lado junto a venados y antílopes. Gilgamesh . Versión de Stephen Mitchell . Relieve mesopotámico de Gilgamesh matando al Toro del Cielo. 20

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