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2 U N T E X T O N A R R AT I V O Un río de palabras Al principio ni siquiera estaba seguro de que se tratase de una bu ena i dea . Se me o currió mi entras cont emplaba uno de esos papeles con anuncios de todo tipo que la gente pega en los lugares más frecuentados. «Sacamos a pasear a tu perro». «Cerrajeros, 24 horas». «Licenciada da clases particulares de Matemáticas»… Es fácil distinguirlos, pues por la parte inferior el papel siempre está cortado formando tiras donde aparece el teléfono al que hay que llamar. Así que entra dentro de la lógica que se me ocurriera aquel lo cuando volv í a encontrarme con uno de esos libros que me alborotan el corazón y me devuelven la alegría de vivir. Al acabarlo, me asaltó otra vez el deseo que siempre siento de t elefonear a los amigos, salir a gritar a la calle y decirle a la gente que no puede seguir viviendo sin leer un libro así . Me senté en el ordenador y copi é l as primeras lín eas de aqu el l a narración qu e me había tenido absorto en los días anteriores. Vine a Comala porque me di jeron que acá v iv ía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Imprimí veinte hojas, en papel de color azul . Después recorté a mano las tiras de la parte inferior. En ellas, en vez del número de teléfono, escribí el título del libro y el nombre de su autor. Si a alguien le interesaba la historia , allí tenía el hilo que le permitiría entrar en ella y descubrir sus maravillas. Pegué las hojas por todo el barrio. Al volver de la oficina , recorrí los lugares donde había dejado los papeles. El corazón se me fue llenando de optimismo a medida que veía cortadas la mayor parte de las tiras. Animado por el éxito, deci dí probar de nue v o y el egí el comienzo de un libro que releo cada cierto tiempo: Fue el verano en que el hombre pi só por primera vez la Luna . Yo era muy joven entonces, pero no creía que hubiera futuro. ¡El sistema funcionaba! Seguí colocando nuevos textos cada tres o cuatro días. Para el décimo texto seleccioné el comienzo de un libro que me había dejado marcado cuando lo leí por primera vez: Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. A la mañana siguiente, cuando salí a colocar mi s car ­ teles, descubrí con asombro que alguien había pegado otros semejantes. Sentí una emoción irrefrenable, mayor aún cuando comprobé que aquel la anónima per ­ sona se había atrevido con la poesía . Lo dejaría todo, todo lo tiraría : los precios, los catálogos, el azul del océano en los mapas… ¡Me sentía exultante! Y ahora sabía que cerca de mí había otra persona dispuesta a compartir la emoción que ella también sentía al leer. Claro, que la mayor sorpresa la recibí el lunes siguiente. Me encontré con que las calles aparecían completamente cubiertas de papeles de colores: en las esquinas, en las farolas, en los semáforos, en la parada del autobús… Todo el barrio estaba inundado de t extos magníficos y de tiques que colgaban tentadores bajo ellos, como los frutos maduros de árboles exóticos. No sé si este milagro durará siempre. Pero algo me dice que no es f lor de un día , pues hay cosas que, como la bola de nieve que rueda montaña abajo, solo precisan del impulso inicial para que comiencen a crecer. ¿Quién sabe? Quizá esta epidemia se extienda a la ciudad ent era , qui zá acab en si endo mi l e s l as p ers onas qu e se an im en a i nund a r l a s ca l l e s c on r í o s d e p a l abra s . Y entre el las, me lo dice el corazón , estará también ese desconocido amor con quien espero poder compartir todos y cada uno de los días de mi vida . Agustín Fernández Paz Lo único que queda es el amor (adaptación) 72

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