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EL FANTASMA DE CANTERVILLE. MIEDO Y RISAS El miedo y la risa parecen dos emociones antagónicas. Pero Oscar Wilde supo mezclarlas en El fantasma de Canterville, un cuento publicado en 1887 en el que decidió parodiar las historias de fantasmas que tanto éxito tenían en su época. El fantasma creado por el escritor Oscar Wilde es un espíritu típicamente inglés capaz de matar del susto con sus apariciones a cualquiera, pero tiene la mala suerte de toparse con una familia americana: los Otis. Al venir del Nuevo Mundo, míster Otis y sus hijos no se dejan impresionar por las tradiciones de la vieja Inglaterra y hacen caso omiso a las provocaciones del fantasma o incluso tratan de fastidiarlo para que desaparezca de una vez y los deje en paz. Tan solo Virginia, hija de míster Otis, siente simpatía por el fantasma y por ese motivo lo ayudará a liberarse de su eterna condena. Un fantasma indignado Míster Otis fue despertado por un extraño ruido procedente del pasillo, delante de la puerta de su dormitorio. Sonaba como un tintineo de metal, y parecía acercarse a cada instante. Se levantó de inmediato, encendió una cerilla y miró la hora; era exactamente la una. Se tomó el pulso: estaba muy tranquilo. El ruido extraño continuaba, al mismo tiempo que se oía claramente el sonar de unos pasos. Míster Otis se puso las zapatillas, tomó un frasquito alargado de su tocador y abrió la puerta. Y vio frente a él, en el pálido claro de luna, a un viejo de aspecto terrible. Sus ojos parecían carbones encendidos. Una larga cabellera gris caía en mechones revueltos sobre sus hombros. Sus ropas, de corte anticuado, estaban sucias y hechas jirones. De sus muñecas y de sus tobillos colgaban unas pesadas cadenas y unos grilletes herrumbrosos. –Mi distinguido señor –dijo míster Otis–, permítame que le ruegue vivamente que se engrase esas cadenas. Le he traído para ello una botella del engrasador «Tammany-Sol-Levante». Lo dejo aquí para usted, junto a los candelabros, y si necesita más, para mí será un placer proporcionárselo. Dicho lo cual el embajador de los Estados Unidos dejó el frasquito sobre una mesa de mármol, cerró la puerta y se volvió a meter en la cama. El fantasma de Canterville permaneció algunos minutos inmóvil de indignación. Después, tiró, lleno de rabia, el frasquito contra el suelo encerado y huyó por el corredor, lanzando gruñidos cavernosos y despidiendo una extraña luz verde. Oscar Wilde, El fantasma de Canterville (adaptación) 202 TEXTO 1 DE MIEDO

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