ME VOY CON VOSOTROS PARA SIEMPRE. TÓPICOS TERRORÍFICOS La literatura de terror, con el tiempo, ha ido incorporando personajes, objetos, situaciones que, por su presencia constante, se han convertido en tópicos, en elementos que hacen a los lectores identificar el texto como perteneciente al género de terror (o como parodia del mismo). Algunos de estos elementos aparecen en la novela Me voy con vosotros para siempre, de Fred Chappell: el ataúd, la calavera, el cuervo, la luna llena, el mundo de los sueños… Esta obra, no obstante, no pertenece al género de terror; es una recreación divertida y tierna de la infancia del autor en Carolina del Norte. Pero con la inclusión de varias de las convenciones del género, Chappell consigue introducirnos en el ambiente de las historias más inquietantes. El ataúd Cuando el tío Runkin vino de visita se trajo su ataúd y durmió en él, colocándolo sobre un par de borriquetas1 que subimos al dormitorio del piso de arriba. Pero nunca logré imaginar cómo dormía allí dentro. Si me colaba a medianoche en su cuarto, ¿me lo encontraría con sus huesudas manos cruzadas sobre el pecho y sus ojos extraños mirando fijamente la oscuridad? No había manera de averiguarlo, porque mi tío me daba mucho miedo, y quizá al principio también se lo daba a mi padre, aunque nunca lo dejó entrever. Trataba al tío Runkin sin formalidades, con humor, incluso bromeando, pero estoy seguro de que estaba desconcertado por nuestro estrafalario visitante, que debía de haberse pasado la mayor parte de su vida preparándose para yacer eternamente en la frialdad de la tumba. Era pequeño, ya que medía más o menos un metro sesenta, y de aspecto muy frágil, pues no tenía grasa ni músculos. El tío Runkin era la única persona que yo haya conocido que se ajustara al dicho de «Está en los huesos». Los huesos de las manos y de la cabeza sobresalían de su piel del color de pergamino, tan tirante como un guante de cirujano. La cabeza no tenía ni un solo pelo, y no era de color rosa sino amarillento. Su nariz ganchuda le colgaba en una pendiente escarpada. Sus ojos, tan negros como los posos del café, se hundían en el cráneo y estaban rodeados por unos grandes círculos tan oscuros como sus enormes pupilas. Estos ojos te atravesaban, y el tío Runkin te hacía creer que podía verte sin mirarte, y esta era otra sensación muy desagradable. Los estúpidos pronósticos del tío Runkin influían en todos nosotros, pero sobre todo en mí, que tenía once años. Me descubrí calculando la posición que la luna nueva tenía con respecto a mi hombro izquierdo, y no me atrevía a mirar a la luna llena por temor a ver un cuervo volando. Y empecé a usar con sumo cuidado el salero. También nos influía de otro modo. Antes de su visita yo nunca recordaba mis sueños, pero después no podía olvidarlos, por mucho que quisiera. Aunque pensaba que me diría que no, me dejó ver su ataúd cuando se lo pedí y pareció complacido por mi interés. Apartó los envoltorios para que yo pudiera observar las molduras talladas a TEXTO 5 208
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