1 UN TEXTO ARGUMENTATIVO El esperanto Mi padre era esperantista, de modo que pasé gran parte de mi infancia escuchando la apología de ese idioma mítico que, cuando se impusiera sobre los demás, permitiría a cualquier persona, en cualquier parte del mundo, preguntar dónde se encontraba el cuarto de baño y ser entendido. Mi padre se murió sin saber que el esperanto había triunfado, aunque se llamaba inglés. En efecto, el inglés en el que se expresa el 90 % de la población mundial que lo habla es un idioma de aeropuerto, que sirve para averiguar dónde está el retrete y poco más. Podríamos decir que se trata de un inglés escatológico, pero es que también el esperanto que yo conocí era un idioma escatológico, no solo por la utilidad que le atribuía mi padre, sino porque, más que anunciar el principio de una nueva cultura, amenazaba con la muerte de todas. Quien haya leído la Biblia sabrá que el relato de la Torre de Babel apenas ocupa 10 o 15 líneas. Resulta increíble que una fábula de ese tamaño, y con una trama tan sencilla, haya atravesado los siglos llegando al día de hoy tan fresca como cuando se escribió. ¿De dónde procede su vigencia inagotable? Para mí que la juventud perenne de ese relato se debe a que resume de manera admirable un momento inaugural en la historia de los seres humanos, pues cuando Dios confundió las lenguas de los habitantes de Babel, obligándolos a organizarse en grupos lingüísticos que tomaron diferentes direcciones, comenzó la cultura. En otras palabras, la cultura se inaugura al mismo tiempo que la diferencia. Los habitantes de Babel hablaban un idioma único, el esperanto de la época, que los mantenía confundidos al modo en que el bebé confunde su cuerpo con el de la madre, pues ignora dónde termina él y comienza ella. Para crecer es preciso separarse de la madre, desgajarse de ella como las lenguas románicas se desgajaron en su día del latín para alumbrar el castellano, el francés, el gallego, el catalán, el portugués y todas sus secuelas culturales. La vigencia del inglés, en los términos en los que se está produciendo, ¿significa una vuelta atrás? Quizá sí. Según algunas estadísticas, el 60 % de los idiomas del mundo está en trance de desaparecer. Del 40 % de los idiomas que no corren ningún peligro, el principal en nuestro ámbito es el inglés, que la mayoría de las personas habla de un modo aproximado, y no para preguntarse quiénes son, adónde van o de dónde vienen, que es para lo que lo utilizaba Shakespeare, sino para averiguar dónde está el cuarto de baño. Hay gente que se las arregla con un vocabulario de 70 u 80 palabras. Me gusta decir que la lengua es un órgano de la visión porque cuando voy al campo yo solo, y dada mi ignorancia en asuntos relacionados con la naturaleza, apenas veo árboles, pero cuando voy con un amigo experto, veo acacias y chopos y pinos y fresnos y álamos y castañales y robles. La reducción del lenguaje estrecha el campo de la visión y reduce el del pensamiento. Una sociedad que habla mal o que escribe mal no puede pensar bien. Digo esto porque, además del triunfo del esperanto y de la pérdida diaria de alguna lengua, uno tiene la impresión de que cada vez se utilizan menos palabras en los idiomas que sobreviven a esta extinción desoladora. Cada palabra que se cae del vocabulario, como cada lengua que se pierde, equivale a la pérdida de una pieza dental. Con esas piezas dentales que llamamos palabras masticamos la realidad para digerirla y comprenderla. Quizá deberíamos comenzar a mostrar en relación a las palabras y a los idiomas la misma preocupación que mostramos por las especies animales o vegetales, especialmente en un momento en el que la globalización se está mostrando incompatible con el mantenimiento de las identidades lingüísticas. Si las lenguas solo sirvieran para averiguar dónde está el baño, nos daría lo mismo. Pero preferiríamos que las generaciones del futuro las utilizaran para algo más. Juan José Millás, en El País (adaptación) 70
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