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2 U N T E X T O N A R R AT I V O Guerra Me di j i st e qu e habl é dormi do . Es lo pr imero qu e recuerdo de esa mañana . Sonó el despertador a las seis. Maiko se había pasado a nuestra cama . Me abrazaste y el diálogo fue al oído, susurrado, para no despertarlo. –¿Querés que te haga un café? –No, amor. Sigan durmiendo. –Hablaste dormido. Me asustaste. –¿Qué dije? –Lo mismo que la otra vez: «guerra». –Qué raro. Me duch é , me v e st í . L e s di mi b e s o d e Judas a v o s y a Maiko. –Buen viaje –me dijiste. –Nos vemos a la noche. –Andá con cuidado. Tomé el asc ens or hast a el subsu elo d el garaj e y salí . Estaba oscuro todavía . Manejé sin poner música . Bajé por Billinghurst, doblé en Libertador. Ya había tráfico, sobre todo por los camiones cerca del puerto. En el estacionamiento de Buquebús un guarda me dijo que no había más lugar. Tuve que volver a salir y dejar el auto al otro lado de la avenida . La idea no me gustó porque a l a no ch e , cuando v o lv i era c on lo s dó l are s enc ima , iba a tener que caminar esas dos cuadras oscuras, bor - deando la vía muerta . En el mostrador del check-in no había cola . Mostré el documento. –¿El rápido a Colonia1? –me preguntó el empleado. –Sí , y el ómnibus a Montevideo. –¿Vuelve en el día con el buque directo? –Sí . –Bien… –me dijo mirándome un poquito más tiempo de lo normal . Imprimió el pasaje, y me lo dio con una sonrisa de hielo. Le evité la mirada . Me incomodó. ¿Por qué me miró así? ¿Podí a ser que estuv i eran marcando y meti endo en una lista a los que iban y volvían en el día? Subí por la escalera mecánica para hacer Aduana . Pasé l a mo chi l a por el e scán er, di vu elt as por el l ab er into de sogas vacío. «Adel ant e», me dijeron . El empl eado de Migraciones miró el documento, el pasaje. «A ver, Lucas, párese frent e a l a cámara , por fav or. Per fecto. Apoye el pulgar derecho… Gracias». Agarré el pasaje, el documento y entré en la sala de embarque. E st aba tod a l a gent e formando una l arga f i l a . Por el ventanal vi que el buque hacía las últimas maniobras de amarre. Pagué el café y la medialuna más caros del mundo (una medialuna pegajosa , un café radioactivo) y los devoré en un minuto. Me sumé al final de la fila y escuché a mi alrededor unas pare jas brasi l eras, unos franceses, y algún acento de provincia , del Nor te, quizá de Salta . Había otros hombres solos, como yo; quizá también iban por el día a Uruguay, por trabajo o a traer plata . La f i la fue avanzando, caminé por los pasi l los al fombrados y entré al buque. El salón grande, con todas esas butacas, tenía algo de cine. Encontré un lugar junto a la ventana , me senté y te mandé el mensaje: «Embar - cado. Te amo». Miré por la ventana . Ya estaba aclarando. El espigón se perdía en una neblina amarilla . Entonces escribí el mail que vos encontraste más tar - de: «Guerra2, estoy yendo. ¿Podés a las dos?». Pedro Mairal , La uruguaya (adaptación) 1  Colonia : localidad de Uruguay. 2  Guerra : Magalí Guerra , nombre de la amante del protagonista . 72

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