Comentario guiado La seducción E l r ui do , l a s luc e s , l a al gazara , l a c omi d a e xc it ant e , e l vino, el café…, el ambiente, todo contribuía a embotar la voluntad , a despertar la pereza y los instintos de voluptuosi dad … Ana se creí a próxima a una asf i xi a moral … Encontraba a su pesar una delicia intensa en todos aquellos vulgares placeres, en aquella seducción de una cena en un bai l e , qu e para lo s d emá s era ya goce gastado… Sentía ella más que todos juntos los efectos de aquella atmósfera envenenada d e l asc iv i a románt i ca y señor i l , y el la era la que t enía al lí que luchar contra la t entación . Había en todos sus sentidos la irritabilidad y la delicadeza de la piel nueva para el tacto. Todo le llegaba a las entrañas, todo era nuevo para el la . En el bouquet del vino, en el sabor del queso Gruyer, y en las chispas de la champaña , en el ref lejo de unos ojos, hasta en el contraste del p elo n egro de Ronzal y su frent e páli da y morena … en todo encontraba Anita aquella noche belleza , misterioso atractivo, un valor íntimo, una expresión amorosa… […] Álvaro, en cuanto v io a l a Regenta en el salón , sintió lo que él llamaba la corazonada . Aquella cara , aquella palidez repentina le dieron a entender que la noche era suya , que había llegado el momento de arriesgar algo. Nunca había desistido de conquistar aquella plaza . ¡No faltaba más! Pero comprendiendo que mientras reinase en el corazón de Ana lo que él llamaba el misticismo erótico (era tan grosero como todo esto al pensar) no podría adelantar un paso, se había retirado, había levantado el campo hasta mejor ocasión . Además, esperaba que l a ausenc i a , l a indi ferenc i a f ing i d a y l a hi stor i a d e sus amores con la ministra le prepararían el terreno. «Por supuesto –concluía–, siempre y cuando que la for - tal eza no se haya rendi do al caudi l lo de l a Ig l esi a . Si el Magistral es aquí el amo…, entonces no tengo que esperar nada…, y además, ya no vale tanto la victoria». «Sin buscar él la ocasión , se la ofrecía aquel la noche: le habían puesto a la Regenta a su lado…, la corazonada le decía que adelante…, pues adelante. Lo primero que quería averiguar era lo del otro, si el Magistral mandaba allí». En su narración tuvo que alterar la verdad histórica , porque a l a Regenta no se l e podí a habl ar francament e de amo re s c on un a mu j e r c a s a d a ( « t a n a t ra s a d a e st ab a aquella señora»), pero vino a dar a entender, como pudo, que él había despreciado la pasión de una mujer codiciada por muchos… porqu e…, porqu e… para el hijo de su madre los amoríos ya no eran ni siquiera un pasatiempo, desde que el amor le había caído encima del alma como un castigo. El rostro de la dama al decir Mesía aquello y otras cosas por el estilo, todas de novela perfumada , le dejó ver al gallo vetustense que el Magistral no era dueño del corazón de Anita . Pero como en la anatomía humana nos encontramos con muchos más órganos que el corazón , Mesía no se dio por satisfecho porque pensó: «Suponiendo que Ana esté enamorada de mí , necesito todavía saber si la carne f laca no me ha buscado un sucedáneo». […] Ana sintió que un pi e de don Álvaro rozaba el suyo y a veces lo apretaba . No recordaba en qué momento había emp e z a do a qu e l c on t a c t o ; ma s c u a n do p u s o e n é l l a atención sintió un miedo parecido al del ataque ner vioso más violento, pero mezclado con un placer material tan intenso que no lo recordaba igual en su vida . El miedo, el t error era como el de aquel la noche en que v io a Mesía pasar por l a cal l e de l a Trasl acerca , junto a l a ver ja del parqu e; p ero el pl acer era nu e v o, nu e v o en abso luto, y tan fuerte que la ataba como con cadenas de hierro a lo que ella ya estaba juzgando crimen , caída , perdición . Don Álvaro habló de amor di simul adament e , c on una mel ancolía bonachona , fami liar, con una pasión dulce, suave, insinuant e… Recordó mi l inci dent es sin impor - t anc i a o st ensi bl e qu e Ana re c ordaba t ambi én . El l a no hablaba , pero oía . Los pies también seguían su diálogo; di álogo poético sin duda , a pesar de l a pi el de becerro, porque la intensidad de la sensación engrandecía la humildad prosaica del contacto. Cuando Ana tuvo fuerza para separar todo su cuerpo de aquel placer del roce ligero con don Álvaro, otro peligro mayor se presentó en seguida : se oía a lo lejos la música del salón . –¡A bai lar, a bai lar! –gritaron Paco, Edelmira , Obdulia y Ronzal . Cl arín, La Regenta Fotograma de la serie televisiva basada en la novela de Clarín (1995). 168
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