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156 Ahí estaba. Medio llena, transparente, brillando al sol y sin etiqueta. –¿Hemos pescado una botella? –preguntó Guille. –Hemos pescado una botella –respondió el abuelo. –Pues vaya –dijo Guille–. Me parece que hoy no cenamos. El abuelo la destapó y la vació. –Recojamos. Parece que no es un buen día para pescar. Metieron los bártulos en la mochila. Solo faltaba el cuaderno. El abuelo arrancó la hoja que había escrito Guille. –Tengo una idea –dijo mientras la enrollaba–. Pásame la botella. Estaba en la orilla. Guille sacó la caña de su cinturón y fue empujándola con ella. –Será como el mensaje de un náufrago –dijo el abuelo. Guille dejó de empujarla. –¿En la botella? –¿No te gusta la idea? –La idea sí –mientras hablaba, dibujaba en el suelo con la caña–, pero es una botella… de plástico. Y eso contamina mucho. –Es verdad. Guille comenzó a darse golpecitos en la pierna con la caña. Estaban más chafados que un tomate atropellado. De pronto, el abuelo le agarró la mano. –No necesitamos la botella. Tenemos un barco. –¿Un barco? –En tus manos. El niño miró la caña. –No contamina… –Y es hueca… –Podemos tapar los extremos con hojas, piedras, resina…

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