16 Ficha 4 El recolector de cocos Aquella mañana, Tagoi se levantó temprano, cogió su caballo y se fue a recolectar cocos. El hombre estuvo todo el día trabajando sin descanso: trepaba por los troncos de las palmeras, bajaba y volvía a subir. Así, una y otra vez. Mientras el caballo aguardaba a la sombra, Tagoi iba llenándole de cocos las alforjas. Al final de la tarde, las alforjas estaban repletas y Tagoi decidió volver a su casa. Como había visto un camino más corto que parecía llegar a su aldea, quiso ir por él. Y para estar más seguro, le preguntó a un niño que pasaba por allí: –¡Eh, chico! ¿Voy bien por aquí a Manabao? –Sí, señor. –¿Y sabes cuánto tardaré? El niño miró al caballo y luego contestó: –Depende de la velocidad que lleve… Si va despacio, seguro que llegará enseguida. Pero si corre, tardará mucho. «¡Qué tontería! ¡Será justo al revés!», pensó Tagoi. Y después de darle las gracias al niño, continuó su camino. Tagoi quería llegar cuanto antes a su casa, así que apuró el paso sin hacer caso de lo que le había dicho el niño. Como el caballo parecía resistirse a correr, Tagoi le gritó: –¡Vamos, caballo! ¡Más deprisa! Y entonces… ¡cloc, cloc, cloc! ¡Varios cocos cayeron de las alforjas y salieron rodando! El hombre corrió tras ellos, los recogió y volvió a colocarlos con cuidado en las alforjas. Cuando reemprendieron la marcha, el caballo volvió a caminar despacio, pero Tagoi insistía en correr. En cuanto el caballo volvió a correr…, ¡cloc, cloc, cloc!, los cocos rodaron otra vez por el suelo. Entonces, Tagoi recordó las palabras del muchacho.
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