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LA COMUNICACIÓN Y LOS TEXTOS COMPETENCIA LECTORA Mis padres son sordos. Sordomudos. Yo no. Yo soy bilingüe. En mí habitan dos culturas. Durante el día: la palabra, el discurso y la música. El ruido. Por la noche: el signo, la comunicación no verbal, la expresión corporal y la mirada. Cierto silencio. La palabra. El gesto. Dos lenguas. Dos culturas. Dos «países». Le tiro de la falda para que me mire. Se gira, me sonríe y traza un movimiento con la cabeza que significa: «¿Sí?». Con la cara hacia arriba, me golpeo el pecho con la mano derecha: «Yo». Me meto los dedos en la boca, los retiro y me los vuelvo a meter: «Comer». Mi gesto es algo torpe. Se ríe. Desplaza la mano de arriba abajo por el pecho, como si se cogiera el corazón para colocárselo en la barriga: «Hambre». Así se dice en el país de los sordos. Sí, mamá. Tengo hambre. También tengo sed. Busco a mi madre. Es la época en la que doy mis primeros pasos. Avanzo hasta la cocina tambaleándome y pierdo el equilibrio. Mi madre se gira instantáneamente y me agarra en el último segundo. Pero no ha oído nada. Cuando me pasa algo, siempre lo siente. No me oyen, pero ¡vaya si me ven! No puede pasarme nada. Mis padres no me quitan ojo. Y no solo ojo. Me tocan mucho. Las miradas y los gestos sustituyen a las palabras. Una sonrisa. Una caricia en la mejilla. Las cejas fruncidas para quejarse. Besos y achuchones para decirme: «Te quiero». No está tan mal. Aunque me gustaría mucho que me besaran más a menudo. Sobre todo, mi padre. Nuestro piso es diminuto. Duermo en la misma habitación que mis padres. Por la noche nunca lloro. No sirve de nada. De todas formas, no me oyen. Mi madre se levanta dos o tres veces cada noche para verificar que duermo bien. De más mayor, cuando sé andar, me levanto y los despierto si quiero algo o si necesito que me tranquilicen después de una pesadilla. Pero no suele pasar. Mi madre cose. Me siento a su lado y la observo. En silencio. De vez en cuando me lanza una mirada y me sonríe. Mi madre deja la costura, me quita la bola de las manos, señala un muñeco, articula «naranja» con la boca y añade el gesto a la palabra. Repito después de ella. La imito. Luego le toca al azul, el rojo, el amarillo... A veces hago el gesto al revés, lo que no quiere decir absolutamente nada. Entonces me corrige. Acabo de aprender los colores con ella. En las dos lenguas. Véronique Poulain Todas las palabras que no me han dicho (adaptación) Mis padres son sordos 8

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